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Depresiones maternas, un trastorno que afecta a toda la familia.



Los trastornos depresivos son un grupo de enfermedades bastante frecuentes en la población general y en la práctica clínica. El embarazo y el puerperio son momentos de la vida en donde se presenta mayor riesgo de padecerlas, ya que la mujer enfrenta importantes cambios hormonales, físicos, emocionales y sociales. En un lapso corto de tiempo transitará por un gran número de factores ambientales generadores de estrés y deberá utilizar todas sus herramientas emocionales para mantener su salud mental.


La sintomatología, así como la gravedad puede ser muy diversa, por ello también la dificultad en el diagnóstico. Puede desencadenarse luego de un aborto, tras la pérdida de un embarazo, o después del nacimiento del bebé. No distingue raza, nivel socioeconómico ni requiere de antecedentes personales de depresión. Puede durar algunas semanas o, cuando no recibe tratamiento, años. La mujer no es capaz de resolver desde las cosas más prácticas, perdiendo la capacidad de cuidar y cuidarse.

Los síntomas más frecuentes son: tristeza, ansiedad o ataques de pánico, sentimientos de desesperación y culpa, insomnio, fatiga persistente, preocupación excesiva por el cuidado del bebé, dificultades en las relaciones familiares y de pareja, retraimiento y en algunos casos la mamá siente rechazo por su bebé, llegando a tener ideas de provocarle daño a él o a ella misma.

Afecta la funcionalidad de la mujer, es decir que aquellas actividades que ella realizaba con frecuencia, ahora le resultan una tarea imposible. Esto incluye situaciones cotidianas como puede ser: lavar la vajilla, elegir qué cocinar, o cambiar un pañal. Más aún aquellas situaciones complejas, como puede ser el desempeño laboral o tomar decisiones importantes.


La diferencia con el babyblues o tristeza postparto es que la sintomatología de este último es realmente leve y no persiste en el tiempo. La mujer no ve afectada su funcionalidad cotidiana, podemos definirlo como una “sensibilidad a flor de piel”, pero no constituye un trastorno del humor.


Tratamientos Existen diversos tratamientos tanto para la depresión durante el embarazo así como en el puerperio. Lo importante es encontrar el tratamiento adecuado para cada situación particular. Con una detección precoz y un tratamiento oportuno, los pronósticos son positivos.


El apoyo psicológico es uno de los más utilizados en nuestra cultura. Debe ser realizado por un profesional psicólogo especializado en la temática. Es importante que la mujer se sienta cómoda con el terapeuta, para desarrollar un verdadero vínculo de confianza. Un estudio de la Universidad Católica de Chile muestra la importancia de que estos tratamientos trabajen el apego hacia el bebé, y no que se concentren únicamente en disminuir la sintomatología. Por esta razón son tratamientos no convencionales, que incluyen visitas domiciliarias, llamadas telefónicas, entrevistas junto al bebé, entre otros múltiples recursos.


La medicina china y los masajes relajantes han demostrado beneficios en el tratamiento de la depresión. Estos tienen un efecto calmante en la mujer, aliviando síntomas físicos como pueden ser dolores de cabeza, estómago y espalda. La medicina tradicional china propone un aborde integral, ya que entiende que se necesita una armonización energética de las emociones.


Como para cualquier otro trastorno emocional, la consulta y evaluación psiquiátrica puede ser necesaria. En la actualidad existen múltiples psicofármacos que se pueden utilizar con seguridad durante el embarazo así como la lactancia.



La depresión materna en el bebé

Los primeros años de la vida son momentos claves para el crecimiento y desarrollo del cerebro de los niños. Es en ese momento que se establecen los pilares que sostendrán el aprendizaje, el comportamiento, la habilidad en regular las emociones y la salud biopsicosocial a lo largo de la vida.

Los avances en la ciencia actualmente muestran la importancia que las experiencias tempranas y las precoces influencias del entorno tienen en la arquitectura y función del cerebro en desarrollo. Podríamos decir que la información genética que viene en nuestro ADN se encuentra silenciada. Para que esos genes se activen y se expresen, es necesaria una señal que provenga del entorno. Esto es lo que llamamos epigénesis, es decir, la modificación de la expresión de los genes a partir de su interacción con el ambiente.

En este sentido, las experiencias vividas en la etapa intrauterina y posnatal temprana juegan un rol fundamental. Es decir, que las experiencias sociales y afectivas “modelan” la red neuronal, y particularmente los vínculos tempranos con las figuras más relevantes.

El vínculo de apego es una relación afectiva intensa, estrecha y duradera que se establece con las personas más cercanas que intenten satisfacer las necesidades básicas del bebé, tanto a nivel físico como emocional. El lazo de apego entre el recién nacido y sus padres es una relación bidireccional, donde el bebé contribuye desde los primeros momentos a esta interacción y se genera un patrón dinámico de coordinación y sintonía, una regulación afectiva y fisiológica mutua, estableciéndose entre ellos un patrón de comunicación socio-afectivo. Este vínculo de apego no solamente es necesario para la supervivencia del recién nacido, sino que también moldea el desarrollo del hemisferio derecho, fundamental en la futura regulación de las emociones.


Cuando una madre se encuentra cursando un cuadro depresivo, podríamos decir que el funcionamiento de todo su organismo se encuentra deprimido. Muchas veces no tiene la energía necesaria o suficiente para responder a las enormes exigencias que implica cuidar a un bebé. Puede existir un “apagamiento” de las demostraciones afectivas que disminuya los intercambios y dificulte la interacción, alterando así ese vínculo de apego. Esto puede verse reflejado en el niño como dificultades en la regulación fisiológica, es decir, alteraciones de sus ritmos de alimentación y sueño, entre otros. En muchos casos los niños pueden comenzar a replegarse, presentando conductas que eviten el contacto con el mundo exterior y disminuyan la interacción. Otras veces pueden aparecer signos de hiperexcitabilidad con inquietud, llanto intenso y aumento de la irritabilidad del bebé. Esta situación aumentará las demandas y exigencias de los adultos referentes, lo que puede potenciar el agotamiento y frustración de esa mamá, generando un círculo vicioso que empeore aún más la situación. Incluso pueden desencadenarse momentos de desborde que enfrenten al niño a un exceso de estrés difícil de metabolizar. Todas estas situaciones ponen en riesgo el correcto desarrollo de ese bebé.

Algunos estudios plantean que la lactancia materna podría ser un factor de protección tanto para la mamá como para el bebé.


Si bien no todas las madres deprimidas tienen dificultades en el relacionamiento con sus hijos, en estos casos resulta fundamental buscar la ayuda de un profesional. La detección precoz y la intervención desde una perspectiva holística y relacional resultan fundamental.


Lic. Claudia López Dra. Inés Acosta


Referencias bibliográficas: 1. Lista A. Ciencias de la Felicidad y Ciencias de la depresión, Montevideo 2006 y 2008. 2. Attachment and the regulation of the right brain Attachment & Human Development, 2, 23-47. 3. Marquez López-Mato A. Psiconeuroinmunoendocrinología II, Buenos Aires 2004. 4. Corbo G. De-presiones maternas. Depresión maternal en el primer año posparto. Un tema oculto. Estudio de prevalencia. Uruguay, 2007. 5. OLHABERRY, Marcia et al. Intervenciones psicológicas perinatales en depresión materna y vínculo madre-bebé: una revisión sistemática. Ter Psicol [online]. 2013, vol.31, n.2

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